viernes, 12 de febrero de 2010

FITUR

Hace años que llevo queriendo ir a FITUR, así que decidí que debía ser este año, no podía esperar más tiempo, así que lo preparé todo, me calé el salacot y ale, póngame un avión con destino a Madrid, señorita. El corazón me bullía de impaciencia, de nuevo abandonaba mi pequeño asteroide buscando descubrir nuevos mundos.

La primera aventura consistió en pasar los controles pertinentes, esos en los que te hacen descalzarte sin saber muy bien por qué, medio desnudarte y enseñar el contenido de tu equipaje. Luego, encontrar la puerta de embarque asignada a mi billete, después realizar el embarque y buscar mi asiento junto a la ventanilla.

En cuanto el avión comenzó a tomar velocidad, a pesar de estar tranquilo, es inevitable que se cruce por la mente algún pensamiento catastrofista de esos que todos tenemos: "Mira que si se estrella el avión en mitad de una isla plagada de sucesos sin explicación aparente, llena de tías salvajes y buenorras..." El atravesar España de sur a norte baraja pocas probabilidades de "esmocharse" en una isla exhuberante llena de misterios por resolver, así que pronto nos posamos sobre las pistas del aeropuerto con más naipes del mundo.

Si este día para ir a Madrid había subido a lo más alto, al día siguiente, tuve que descender a las profundidades subterráneas para atravesar la ciudad, y es aquí cuando empieza mi segunda aventura. Cuando entré por la boca del metro de Madrid, verdaderamente comprendí el significado de la palabra "hormiga" y lo primero que pensé es que Pablo Motos tuvo que inspirarse en la línea del metro para ponerle el título a su programa. Es curiosa la naturaleza humana, y la serie de relaciones fugaces, pequeñitas, que pueden darse en un ratito en el metro. Te dejas arrastrar por la marea humana y te metes en el vagón. Aquí, a tu alrededor, mientras esperas que el caballo de hierro llegue a tu parada, el tiempo se vuelve más relativo, ya que es un lapso en el que lo único que se te permite es esperar, se crea algo especial, algo raro, como un microecosistema fuera del espacio-tiempo o qué se yo. Por muy acostumbrado que estés a viajar en el metro, siempre ves algo nuevo y extravagante. Las mirada se te cruza con gente que instantáneamente te atrae o te repele, te causa curiosidad o admiración. Te zambulles en el mapa trazando afanosamente tu ruta para levantar la vista y descubrir que otra persona te está mirando sonriente de la misma guisa...

Al salir a la superficie aquella suerte de encanto subterráneo se rompe, volviendo al mundo real. En aquella ocasión mi objetivo era FITUR, así que me dirigí hacia el recinto ferial.

Mi primera misión como siempre, fue localizar el baño, que uno nunca sabe cuándo le hará falta. Una vez localizado, me dirigí a los mostradores para realizar mi registro y obtener una entrada, que también como viene siendo constumbre en mí, no fue coser y cantar. Logré entrar, aunque luego no podía salir, y al salir, tampoco podía entrar, ya que la verdad es que la seguridad en el recinto ferial de Madrid es más férrea de lo que parece, pero después de varios intentos, conseguí llegar a la zona donde se realizaban las entrevistas de trabajo, uno de los motivos para mi visita.

Aquí descubrí tanto la camaradería como la competitividad que se crea entre personas desconocidas en cuestión de momentos. Los que hace un segundo eran colegas de profesión comentándose batallitas, a la mínima mención de una oportunidad para obtener una entrevista, pueden sacarse los ojos en el intento de conseguirla.

Después de las entrevistas dediqué el resto del día a pasear por los pabellones, y perderme entre las ciudades representadas en los expositores. Es díficil no sentirse azuzado a emprender un viaje, cuando se camina entre las sugerentes ofertas de los destinos que se encuentran promocionándose en forma de mojitos, de botellas de vino, de tapas de lomo, de predicciones mediante quiromancia... Todo un mundo de posibilidades al alcance de la mano.